jueves, 27 de agosto de 2009

Qué hemos hecho!!!!

Como algunos saben, doy clases particulares. Hay de todo en esta viña del Señor y está bueno que algo de todo eso me reditúe...especialemnte ahora que dejé el trabajo desueldoestableymensual y sigo con ganas de viajar. Anyway, una de mis alumnas está viendo poesía en el colegio y el librito del que se nutren las mentes de estos jóvenes perdidos para Dios y el mundo no vio mejor forma que "enseñarles" sobre poesía que dándoles una serie de actividades en las que, a partir de frases o palabras, tienen que formar un poema. Mientras ella hacía el suyo, yo me dediqué a hacer otro pastiche con la misma consigna, en un arranque de curiosidad y falta de otra actividad...
Esto es el resultado de la poca imaginación y ganas de los manuales de hoy en día. Según la caja y las instrucciones, lo que se armaba era un poema vanguardista. Ahí va:

Este soy yo

Arrancó el nuevo subte.
Dispuestos a correr el riesgo
de una elección crucial
los pasajeros se suben a aquel amor de música ligera
que canta una sola voz.
Dice que mi corazón es suyo
mientras habla de pruebas de fuego
con las que no nos vamos a conformar.
Llega la madrugada y el canto se apaga
como el secreto mejor guardado.
Palidece la luna.
Dos estrellas más
y el sueño está cumplido.

Puede que haya quedado algo simpático.......no ocstante, lo veo más para acompañar un chocolate Dos Corazones que para los anales de la poesía. La vanguardia de manual es un cachetazo a Girondo, bah...

jueves, 6 de agosto de 2009

Querida Bitácora

Sois sólo tú la que registráis mis cuitas y mis cuotas, sólo a vos puedo desnudaros mi alma aguerrida y mostraros mi verdadero yo (tierno y reservado). Sé que para el orbe todo soy un Kpitán incomprendido, hale sucedido a los mayores genios; siempre adelantados a sus tiempos. En mis tiempos yo también supe ser un adelantado. Fue así que logré ganarle de mano a mi colega Cristóbal en su vuelta al mundo en 80 días.

Supe que América quedaba frente a la ibérica península, ni bien cruzado el océano y eviteme -gracias al astuto artilugio de leerme hasta el final la carta de navegación- meses de perdición en los líquidos dominios de Poseidón, llegando mucho antes de que el Nuevo Mundo fuera descubierto. Ya había puesto yo pie sobre las tierras -y culturas- del lugar, habíales cambiado su monótona religión de un único Dios verdadero (uno un tanto esquizoide, ya que se trataba de tres personas en un mismo cuerpo) por un carnavalesco y divertido politeísmo con ofrendas culinarias cuando llegó Cristóbal y su ballet estable –un tanto mareado y desestabilizado por la mar que no estaba serena- repartido en tres naos a querer conquistar lo que ya estaba conquistado, convertir a los conversos y hacerse con el oro que mis fieles aborígenes bruñían para mí. Si bien gruñí a Cristóbal mientras los aborígenes bruñían el oro, no pude hacer mucho…conquistolos con castañuelas y espejuelos. Una vez que las indias tuvieron donde mirarse no hubo forma de que volvieran a mirarme a mí. Habían conocido la belleza…y la belleza no era yo… Además, el mandato y el poder de Cristóbal eran reales. Hubo que volver al monoteísmo esquizoide, conseguir mano de obra barata –por suerte el sindicato aborigen no era tan fuerte en esa coyuntura histórica, ni la clase obrera tenía consciencia de tal (de tal modo que podía ser coaccionada)- y cargar las naves para los reyes españoles que siempre esperan que la gente vuelva de viaje llena de regalos para ellos.

Pero en fin, basta de exordio de genio vencido, vamos al tema que nos compite. Yo. Y mi añoranza y confusión. Habiéndome zarpado con rumbos desconocidos, una vez más, recalé en los puertos australes del Ecuador, donde los tórridos calores hacen yervir la sangre de las nativas poniéndolas a punto caramelo para ser el postre de mis bacanálicas cenas. Si bien las voluptuosas carnes mulatas de estas impúdicas laosianas logran apaciguar momentáneamente el fuego que me consume, sigo recordando con húmedas y rojas pupilas añorantes los tiernos ojos de mi Carabella, su mirada de cervatillo asustado cuando me veía venir, sus caricias que recorrían mi cuerpo temblorosas a causa del párkinson, sus suspiros y jadeos en mi oído cuando perdía el nebulizador, su tersa melena y su ondulada piel, su amplia sonrisa de pulposos labios carmesí que dejaba ver todos sus graciosos y blancos dientecillos – los tres que tenía. Recuerdo también cuando tierna y coqueta me hablaba con su media lengua –la otra mitad la había perdido por atacar golosa y desesperada un choripán en la rambla.

Ahhh, querida Bitácora, al lado de estas hembras calenturientas y entregadas que comparten mi lecho noche tras noche, el recuerdo de mi querida y hermosa mujercita me acecha los sueños. Me pregunto azorado qué habrá sido de su graciosa personita cuando la envié a ese viaje sin retorno a bordo de un buque amigo. Me pregunto por dónde andará su alma en pena, lejos del Kpitán que con la misma locura que le amó le mandó matar ¿Recordarán acaso las almas? ¿Reservará para mí sólo tiernos pensamientos? ¿Qué habrá sido de Juan, la hija que nunca quise, ese ser regordete y llorón que clamaba por comida con más frecuencia con la que clamaba yo? Veinte años han pasado ya desde que la dejara a cargo de las monjas tibetanas. Pocos abriles contaba la última vez que la vi correr por los pasillos de aquellos templos rumbo a la que sería su morada. Cumpliose ya el tiempo en el que debería permanecer, según el contrato de arrendamiento que firmara con las monjas, en contemplativa adoración de Vesta, su diosa. Sé que ahora debo ir en su busca y arreglar un casamiento que me reditue y que ponga fin a esta innecesaria culpa. Pero sé que en su rostro veré a su madre –le mandé a tatuar a mi Carabella en una mejilla para que no le olvidara. Y es ese rostro el que temo, ese enfrentarme al pasado que tantos rublos desembolsé para olvidar.

¿Qué hacer, oh mi Bitácora? ¡¿Qué hacer?!

Callo ahora apesadumbrado y dejo que la duda descanse en la punta de mi birome bic.

La lujuria llama incitante a mi puerta con suaves golpes morenos.